viernes, 22 de diciembre de 2017

Trasplante de hombre

1
Me dijo el doctor que la operación había sido todo un éxito y que tratara de aprovechar cada minuto de mi vida para disfrutarla, ya que no había ninguna garantía de que me durara la salud muchos años. Tampoco me preocupaba demasiado por eso, pues había vivido cincuenta y ocho años felizmente hasta antes de mi infarto. Ya había hecho casi todo lo que puede hacer un hombre en la vida. Tenía posición social, respeto entre las personas, hijos, varios libros publicados y, en el aspecto sentimental, un equilibrio logrado gracias a las caricias y comprensión de dos amantes que, se fueron en paz y a tiempo, como amigas. Además, ya tenía mi jubilación y mucho tiempo para empezar una nueva existencia. La ventana de mi habitación era muy grande y tenía buenas vistas. Pensé que lo mejor sería ir poco a poco con mis proyectos pendientes y lo mejor era dejarlos a un lado mientras recuperaba las fuerzas. No sentía muchos cambios, me parecía que seguía teniendo mi mismo corazón hasta antes del colapso. Lo que sí me asombró fue que era como Lázaro. Había visto el portal del más allá y ahora estaba de vuelta. Me habían sacado de una tumba en la que permanecí unos tres minutos con pocas esperanzas de sobrevivir, pero gracias a la osadía de este modesto doctor he podido adquirir un nuevo órgano que me permitirá ver la vida con nuevos ojos.

A
Estaba ahí parado, hecho nebulosa, aferrado a su deseo antes de marchar. Ya no tenía el corazón en un puño, lo tenía en la sala de operaciones, congelado y a punto de aterrizar en el pecho de un blanco. Le surgieron las preguntas. ¿Funcionará? ¿Será compatible? —En caso afirmativo—¿Lo ayudaría a acercarse a Grace? ¿Podría unirse a ella y amarla como hasta antes de la conmoción cerebral? ¿Podría quererlo con esa apariencia de viejo queso añejo? Dejó de pensar y esperó, sudando su alma, durante tres horas. Según esperaba, su cuerpo astral debía elevarse al cielo, pero no sucedía nada y permanecía allí mirando lo que sucedía. Las enfermeras traían hilo, instrumental y trapos para secarle el sudor a Bernard y su ayudante Yogo, el negro cirujano de caballos, que había salvado a Flash, el corcel pura sangre más famoso y más caro de la nación. El veterinario autodidacta le había dejado un potente corazón que lo llevó a los pedestales del hipódromo. No había tiempo para recordar insignificancias. Puso toda su atención en los gestos de los cirujanos que, para colmo, estaban tan concentrados que parecían de piedra. A las doce en punto de la noche, como si el destino quisiera jugar a la Cenicienta, el doctor autodidacta Yogo dio el último punto y cortó el hilo. “!Échenlo a andar!—dijo con la voz filtrada por su máscara bucal—Si este tipo va a vivir, que viva”. Era la orden para desactivar la bomba y dejar al corazón funcionar solo. Bolumba sintió un jalón muy fuerte y calló de bruces, se levantó y fue a comprobar que el hombre blanco respiraba. “!Ha sido un éxito!—gritaron todos—¡Vivirá!

2
Me dieron de alta y llegué a mi casa. Estaba todo igual, pero mi perro Harry no vino a lamerme como lo hacía siempre que volvía de mis reuniones del club o de algún sitio diferente. Se me quedó mirando de una forma extraña, pero nadie lo notó, más que yo. Mary dijo luego que el chucho estaba un poco desconcertado porque me había visto partir como un fiambre y volver como el de siempre. Pensé que tal vez sería así, pero no podía concebir que el ser con quien tenía una relación más estrecha que con cualquiera, no viniera ni siquiera a verme. Dejé de romperme la cabeza con esa idea tonta y entré a saludar a mis hijos y mis pequeños nietos. Fui el centro de atención por unos minutos y después todos volvieron a sus labores. Después se vació la casa y nos quedamos el perro, Mary y yo a seguir con nuestra vida habitual. Mi mujer dijo que había cancelado su reunión con sus amigas y que sería bueno ir a pasear a un parque cercano. Nos subimos en el coche y cinco minutos después bajamos a soltar las piernas. Había mucha gente. Los niños eran mayoría y corrían por todos lados, se tiraban por los toboganes y gritaban mucho. Nos alejamos un poco del bullicio y nos sentamos en un banco. Mi esposa me confesó que estaba muy contenta de que nos reuniéramos de nuevo, me propuso olvidar las rencillas del pasado y llevar una vida sin peleas. Estuve de acuerdo y chasqué los dedos, usé una frase coloquial y ella se quedó con cara de palo. Cuando comprendió mis palabras, que nunca habría esperado de mí en otras circunstancias, se echó a reír contagiada de mis carcajadas. Nos abrazamos y volvimos a la casa para preparar la cena.

B
Se levantó con rapidez, tenía la esperanza de que, al funcionar su corazón en un cuerpo ajeno, se elevara como impulsado por una catapulta, sin embargo, no pasó nada, incluso miró hacia arriba y trató de ganar impulso para volar, no tuvo éxito. Entonces se acercó al hombre y lo miró sonreír. Lo tocó, pero no sintió nada. Lo que si percibió fueron los latidos de su corazón. Se llevó la mano al pecho y sonrió. Su mente comenzó a fantasear y recordó muchos sucesos de su vida. No sabía en ese instante que, por haber sido un hombre tan apasionado y alegre, su corazón se había transformado. Probó salir del hospital por su propio pie, pero se dio cuenta de que estaba unido al cuerpo del hombre que dormía. Tuvo que esperar dos semanas. Iba haciendo logros poco a poco, primero caminó unos cuantos pasos al lado de la enfermera, luego se aventuró más lejos sin ayuda del bastón y, por último, empezó a caminar por los pasillos hasta que de tantas vueltas que dio, lo mandaron a su casa, es decir, a la casa de Joseph. En un principio le costó coordinarse con los sentidos de Joseph en espacios abiertos porque experimentaba una pérdida de contacto por falta de energía, no obstante, cuando su corazón comenzó a latir con más fuerza la atracción fue tanta que ya le resultaba muy fácil seguirlo.

3
Empecé a comerme la ensalada y cogí de un gran platón casi todos los ravioles, Mary dijo que el doctor me había recomendado que no comiera mucho por la noche para evitar cargas a los pulmones y el estómago. Como siempre había roncado en la madrugada y algunas veces mi esposa me había echado unas broncas mañaneras mostrándome sus ojeras, decidí no comérmelos todos, pero tenía mucha hambre. Necesitaba distraerme y no me podía llenar la vejiga de té o café porque la próstata me funcionaba mal y en caso de beber muchos líquidos le provocaría otras ojeras a Mary. Decidí poner un poco de música para relajarme. Busqué entre mis discos y estaciones de radio y nada me satisfizo. Le pregunté a Mary si le apetecía alguna canción y me dijo que nunca escuchaba música por las noches para no espantarse el sueño. Ya tengo bastante con tus ronquidos y tus visitas al baño como para arruinarme la noche pensando en Elvis, Cocker o Jagger. Eran sus gustos musicales, esos cantantes le fascinaban y por eso se había enganchado a su música, estaba enamorada de los tres y, por eso, no quería oír sus canciones, para no irse a acostar con ese simpático trío y compararlos conmigo. Busqué una radiodifusora con música alegre y de pronto, un ritmo extraño y poco habitual en mi casa, me afectó tanto las caderas que comenzaron a moverse solas. Giraba los pies sin despegarlos del piso, aplaudía y enseñaba los dientes, moviendo la cabeza de lado a lado y haciendo giros sobre un pie. “Estás loco—gritó Mary con el rostro nevoso—, te dijo el doctor que no te esforzaras mucho. ¿Quieres parar otra vez en el hospital?”. Apagué la música y fue cuando noté mis extraños movimientos, sin embargo, eso no era lo que me sorprendía, sino el buen humor que se me había filtrado por el pecho. Seguí bailando y me fui a la habitación a ponerme ropa para dormir. 

C
Se quedó impresionado cuando vio la casa en la que vivía su nuevo cuerpo. Tenía un jardín enorme y dos plantas, era de estilo clásico y parecía de esas construcciones francesas con columnas y adornos de yeso en todas partes. Le gustó mucho, caminó con infantil curiosidad, pero la presencia de un perro lo paró en seco. No les tenía mucho aprecio a las mascotas de los blancos porque siempre lo habían correteado para morderlo. El pastor alemán estaba desconcertado, por un lado, quería atacarlo y, por otro, seguramente veía a su dueño y estaba extrañado. Entró a la casa y unas personas desconocidas lo comenzaron a abrazar y felicitar, Se dio cuenta de que cada vez estaba más cerca de Joseph, ahora era casi uno sólo. Media hora después estaba a la mesa comiendo ensalada y ravioles, se le despertó el apetito y comenzó a servirse más. Oyó que le prohibían a Joseph atiborrase de comida. Se levantó y fue a poner música, había sólo música para blancos, pero vio la radio y sintonizó su programa preferido. Estaba la música de BB King con los acordes de su hermosa The thrill as gone y comenzó a mover las caderas y mirar al techo. Recordó las ocasiones en que había estado horas enteras abrazando a su novia, pero la desgracia quiso que en la fiesta nupcial sucediera un accidente y se quedaran los dos sin Luna de Miel. De cualquier forma, las cosas no se podían cambiar y prefirió dejarse llevar por los acordes, la fuerte voz de las cuerdas bucales de King y los dulces labios de su amada. En ese estado fue arrastrado hasta la cama.

4
Noté su inquietud, pero no sabía si era Elvis, Joe, Mike o yo el causante de sus giros interminables. Daba vueltas y gemía, golpeaba con las rodillas, manoteaba o soltaba bufidos. Nunca se lo había dicho, había preferido sufrir sus reproches por mis barriturios de elefante antes que decirle que me despertaba con sus codazos o patadas. Salí a la ventana y vi el cielo, hacía frío, pero sentía el cuerpo tibio. Me dieron ganas de caminar por la hierba descalzo. Anduve unos quince minutos saltando y oliendo el frescor de la noche. Me sentía muy bien. Por la mañana mi mujer me empujó para que no la aplastara. La tenía abrazada y cuando me volteé sentí algo que había olvidado. Tenía el miembro rígido y mi respiración era la de un toro. Me fui al baño a darme una ducha. Miré con asombro el fenómeno milagroso. Era el nuevo corazón—me dije—es el motor nuevo que le han puesto para que funcione, pero de qué me sirve ahora, esto sólo traerá problemas. Era verdad. Mi vida sexual se había acabado cuando Mary todavía no quería enclaustrarse. Le propuse que se consiguiera un amante o…se masturbara, pero me lo tomó como algo sumamente inmoral. Se resignó y, ahora, cinco años después venía esta broma. Pensé un rato sobre la forma de ocultárselo. Ella no me había visto y por eso no podía reprocharme nada. El problema era que un día se despertara y viera mi estado obsceno y burlón. Entonces sí que me daría sus fuertes codazos y patadas, pero a posta.

D
En una noche tan negra con las olas lejanas del mar bajo el claro de luna, sintió la suavidad de las sábanas y el satín de un cobertor. Le vino el recuerdo de la piel aceitunada de Grace, sus labios finos y sus pómulos saltones, con esa expresión de perdida enamorada, que ponía cuando él le contaba historias de la mitología de sus antepasados. Hablando de diosas negras surgidas de la sabana, de las bellas canciones de la temporada de cacería y los ritos a la luna y el sol. Apareció, invocada por los inmensos recuerdos, desnuda y brillante, reflejando la luz astral, hablando con calma como siempre, suave y dócil. No pudo evitar abrazarla y oprimirla contra su pecho, el esfuerzo y la proximidad eran tan intensos que se le erectó la pasión, no era un buen sitio para gemir de goce, pero no lo podía evitar. Se agitó y respiró con mucha fuerza, sus pulmones se inflaban cada vez más y cuando estaban a punto de estallar, despertó.

5
Tuve problemas con la comunidad de mis amigos. Siempre había manifestado de forma directa y clara mi forma de pensar, pero esta vez, después de todos los saludos y felicitaciones, no pude decir ni una mala palabra en contra de nuestros vecinos. “No te preocupes, Joseph, es por la operación. Te falta ímpetu, pero cuando te recobres, ya verás con que fuerza arremetes contra ellos”. Tuve que retirarme con el rabo entre las patas. No sentía nada en contra de mis vecinos y, lo peor, ni siquiera recordaba que había maldecido y condenado de forma contundente a los pobres cohabitantes de nuestro país. Me dirigí un poco decepcionado hacia mi casa. No sentía pesar por el fracaso, sino porque no encontraba razones para volver a esas reuniones. Sabía que durante años había colaborado motivando el odio contra la otra raza y ahora me era indiferente, es decir, desde el punto de vista de esa comunidad porque en realidad comenzaba a simpatizar mucho con ellos. Sin darme cuenta entré en una zona reservada para los ciudadanos de segunda clase. Entré por una calle estrecha en la que había una fábrica de herramientas y me dirigí a la entrada. No había mucha gente. Era la hora del almuerzo y seguramente todos los trabajadores estaban en el comedor. De pronto pasó un hombre viejo con cara arrugada. Iba silbando una melodía popular entre los negros. Volteó y se me quedó mirando muy extrañado. Corrió a ocultarse pensando que tomaría represalias contra él. Lo seguí sin poder controlar mis pasos. Cuando lo tuve a un metro de distancia me arrolló el deseo de abrazarlo. Lo apreté muy fuerte y le dije su nombre. Gary se sorprendió y puso ojos de demente. Se disculpó y se fue muy apresurado. Lo quise seguir, pero era un lugar exclusivo para los de piel oscura. Me resigné y volví a mi coche.

E
Amaneció de buen humor. Había respirado tanto durante la noche que el vigor lo hinchaba por completo, ya no se sentía fuera del cuerpo ajeno. Ya era parte integral de esa amalgama de corazón oscuro y cuerpo blanco. Sus pasos lo encaminaron a un sitio donde había una reunión. Vio un grupo de hombres gordos y barbados con aspecto voraz un poco disimulado. Comenzaron a hablar de su odio y de la necesidad de crear más derechos sobre la población oscura. “Que no viajen a nuestras ciudades—decía uno—; que tengan sus reservas, como los animales salvajes—decía otro y, un tercero—; sí, y que los exterminen como a los infieles en la Segunda Guerra Mundial.
Nunca se había podido explicar por qué había tantas decisiones en contra de sus paisanos y esta vez lo comprendió todo. Resultaba que en cada barrio existía un punto de reunión donde los principales agitadores urdían sus planes de represión, pero qué más querían. El país les pertenecía por completo, los oscuros no tenían concesiones y se les podía matar culpándolos de insurrección en cualquier momento. Quizás ahora él tuviera la oportunidad de influir en el futuro de su país. Llevaría su cuerpo blanco guiado por un corazón negro hacia el compromiso, la bondad y el respeto. No le gustó mucho oír las cosas tan denigrantes que sonaban allí y esperó tratando de no poner atención en los crueles hombres que se sentían muy superiores. Por fin, salió y se subió al coche. Iba un poco enfadado, de pronto vio la carretera que iba hasta la fábrica dónde había trabajado tantos años. Allí estaría su suegro, trabajando como siempre, sin faltar un solo día. Hizo un inmenso esfuerzo para que sus manos hicieran girar la camioneta. Lo logró y con una sonrisa y una gran esperanza aceleró. Llegó a su destino. No había nadie en el patio, pero detrás de una puerta logró ver a su suegro que caminaba despacio en dirección a la reja. ¡Eh, Gary, mira quién está aquí! —le gritó como lo había hecho cientos de veces, pero el anciano se asombró y luego huyó con rapidez. Lo alcanzó y lo sostuvo un momento—, pero ¿en verdad no me reconoces? —. El anciano le gritó que lo dejara en paz y salió corriendo.

6
Toda la tarde estuve reflexionando sobre lo sucedido. La única explicación la tenía el doctor Bertrand y decidí ir a consultarlo. No hablé del tema con mi mujer y traté de hacerle pasar una tarde agradable. Me reía por cualquier tontería y hacía bromas y chistes muy ingeniosos. Mary estaba como una gata a la defensiva y no podía entender mi conducta, por un momento se quedó silenciosa y comprendí cuál era su intención. En su mente se estaba cuajando un temor que requería de la ayuda del doctor Bertrand y un psicólogo. No sé por qué tenemos la costumbre de buscar a un especialista en cuestiones mentales cuando con un poco de esfuerzo podemos encontrar nosotros mismos las soluciones. Se lo dije sin tapujos. “Mañana iré a ver al doctor Bertrand para aclarar todo esto—le dije con tono suave—. No contestó como de costumbre y supe que contaba con su aceptación. Ella callaba siempre esperando que la gente se diera cuenta de su propio error o de su aceptación. Se descubría en su mirada. Si parpadeaba era para indicar que la persona había cometido una gran falta y era el momento de retirarse, pero si mantenía los ojos fijos, entonces se sobreentendía su aceptación, luego hablaba de cualquier cosa sin importancia y se refugiaba en sus pensamientos de nuevo.  

F
La esposa del blanco se puso nerviosa porque la conducta del marido le pareció muy extraña y comenzó a darle consejos. Le dijo que era necesario ir con un psicólogo para saber cuáles eran las alteraciones de la personalidad que su marido había tenido después de la operación. Según creía ella, era un trauma como esos que suceden durante el sufrimiento en el parto por causa de una mala posición, unos fórceps, manipulaciones desagradables aun dentro del vientre, etc. Joseph, le prometió que iría con el psicoanalista y con el cirujano para aclarar todas las dudas y así lo hizo, es decir, en parte. Porque se fue directo a ver al cirujano.

7
Me lo confesó todo y me pidió que guardara el secreto bajo llave, me habían operado de urgencia. Las posibilidades de sobrevivencia eran nulas, una en un millón, como se dice en las películas, y se hizo el milagro, pero esos sucesos divinos no respetan las leyes humanas porque de hacerlo serían otra cosa. El caso es que un joven había tenido un accidente y falleció clínicamente. La esposa donó su corazón y dijo que si alguna parte de su cuerpo seguía viva, él seguiría en este mundo amando como era su precepto. “Veinticinco años tenía—dijo Bertrand—, estaba celebrando su boda y un camión lo arroyó cuando se disponía a viajar de luna de miel. Se quedó con el deseo de amar”. La situación me desconcertó muchísimo, pero había más. En la operación se habían violado las leyes constitucionales y si yo abría la boca mandaría a diez personas al cadalso. Entre ellos un cirujano negro que no tenía formación profesional y había aprendido a trasplantar corazones en la práctica, operando caballos para las competiciones en el hipódromo. “Es un prodigio—decía Bertrand—, sin él, usted hubiera muerto, así que le pido la mayor discreción”. Cuando ya estaba conforme con las explicaciones y deseaba forjarme alguna razón para vivir y seguir adelante, Bertrand, me dijo que tenía incrustado en el pecho un corazón de negro. En caso de ser yo, el verdadero Joseph, habría sufrido un colapso y adiós, pero salió mi nuevo corazón en mi defensa, es decir, mis nuevos sentimientos. Le di las gracias al doctor y le pregunté con la naturalidad del mundo dónde estaba Grace. “¿Cómo lo sabe? —preguntó con los ojos exorbitados el cirujano—, no se le ocurra pronunciar ese nombre, por favor”. Decidí que, si mi corazón era de un joven negro, él me guiaría hasta mi destino real. Me despedí del doctor y le prometí que me llevaría a la tumba sus secretos.

G
En el momento en que Joseph supo que tenía un corazón joven de hombre negro su última energía espiritual que se mantenía dentro del cuerpo se esfumó y su espacio fue ocupado por Bolumba y Joseph sintió una sacudida como si le hubieran tirado de un hilo imaginario que lo unía con el universo. Habló de inmediato con el doctor y le preguntó si sabía cómo estaba su esposa Grace, pero el doctor Bernard le tapó la boca y le pidió que por nada del mundo hablara de ella. No quedó otro remedio más que el de retirarse del consultorio. Bolumba estaba rebosante de satisfacción. Salió con paso firme y se dirigió a su coche. Atravesó la calle con paso seguro. Se iba burlando de los paseantes diciéndoles que era un negro, un negro de verdad. Los curiosos volteaban a mirarlo y cuando descubrían al payaso que estaba alborotando se reían con gusto y hacían gestos para espantarlo.

8-H
Salí del hospital y me subí al coche. Tardé unos minutos en ponerlo en marcha, luego decidí irme a mi casa y descansar, aunque tenía mucha energía, había algo que me hacía ver las cosas borrosas, creí que sería una jaqueca, pero más tarde me di cuenta de que era algo más grave. La almohada me diría sin lugar a duda lo que debía hacer—me dije tratando de tranquilizarme—. Iba por el camino repasando lo que le diría a Mary, preví, entre sueños, todos sus parpadeos y sus miradas fulminantes e ideé las respuestas irrevocables para que se quedara muda de sorpresa. Puse atención en las calles por las que iba, pero no podía entender por qué en lugar de ir en dirección norte iba hacia el sur. Pronto vi la calle de la fábrica de herramientas y recordé al viejo Gary. Comencé con él un diálogo imaginado muy divertido. Me preguntaba y contestaba solo cambiando la voz y gritando en cada ocurrencia. Noté que imitaba tres voces al mismo tiempo. Era muy extraño, pero me causó bastante gracia. Llegué a un barrio pobre y me detuve frente a una casa vieja. Salí del coche y fui a tocar la puerta. Estaba entreabierta y se oía una voz.

I-9
Cada vez me sentía más material. Comencé a percibir los olores. Me dio gusto saber que Grace estaba preparando una carne con col muy sabrosa. Aspiré el olor con mucha fuerza y emití un gritillo que siempre se me salía cuando sentía placer. En la casa estaba también mi madre, en ese momento dormía profundamente. Se había quedado incrustada como siempre en su incómodo sillón de resortes salidos. Me prometí comprarle uno nuevo. Había tantas cosas que había dejado incompletas. Quería abrazarla y decirle lo mucho que la quería, pero era consciente de mi nueva situación y debía ser muy prudente. No lo pude lograr porque al volverme hacía la cocina vi las redondeadas caderas de Grace y perdí la cabeza. La abracé y la besé en la mejilla. “¡Ya estoy aquí! —le dije tirando mi chaqueta en una silla— Dame de comer, no te quedes allí como boba. Ella me miró con asombro y le ordené que se dejara de tonterías y no gritara como loca. Después me echó un vaso de agua en la cara y me dijo que me fuera. Fue cuando reaccioné. Le pedí perdón por haberla espantado. Quería explicárselo todo, pero me salían otras palabras. “¿Qué te pasa? ¿No me reconoces?” —le decía tratando de estrecharla y besarla—. Soy yo, soy yo. Ella corría, corría, mi madre no se despertaba, a pesar del que los gritos eran muy agudos. Cogió un cuchillo y estuvo a punto de atacarme. Para evitarlo le dije una cosa que sólo nosotros sabíamos.  Comenzó a hacerme más preguntas, se había quedado como si hubiera escuchado mi verdadera voz. “¿Qué día nos conocimos?”—preguntó con ojos de bala— El veinte de abril en una fiesta, le dije sin titubear— sus ojos se agrandaron y dejaron de amenazarme—. “¿Quién es nuestro padrino de bodas?”— Ya calla, es James el gordo, por dios, estás tonta o qué. ¿no recuerdas que te dije que cuando firmó en el libro del registro civil se echó un pedo. ¿Te sientes bien? —le pregunté porque estuvo a punto de desplomarse.

10
Estuvo preguntándole cosas y las respuestas le hacían saltar los ojos accionados como por resortes. Al final, la detuvo y le cogió la mano. ¡Siente! —le ordenó mientras le ponía su mano en el corazón. Es verdad—dijo asombrada—. Eres tú, es el mismo compás. Los doctores decían que tu corazón cantaba y tu me decías así: “Escucha mi corazón…” ¡Que te habla con la voz de un negro que te quiere y jamás te abandonará! —Cantó con voz aguda y empezó a bailar. “Es verdad, es verdad—dijo llorando y desarmada por completo—. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible?”— No la dejó hablar más y, como si fuera otro, la llevó a la habitación y la recostó en la cama, le dijo cosas que ella relacionaba con su primera noche de amor y se aferró a él. Media hora después lo abrazó, se quedó oyendo su corazón y preguntó: “¿Qué vamos a hacer ahora?”—, pero Joseph ya se había esfumado con el primer coito e iba en dirección al cielo, mientras Bolumba empezó a Bailar y gritar de felicidad. En una melodía improvisada, le dijo a Grace que se irían a América, que vivirían en Florida y que el trabajaría como obrero o ingeniero constructor. Tenía dos cerebros y un hermoso corazón de jade. 

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