martes, 21 de junio de 2016

Crimen accidental


Ella, Angelina, olvidaba con facilidad las cosas, pero no porque fuera víctima de la esclerosis sino porque no le ponía atención a las ofensas o agresiones verbales de los demás, era su técnica para conservar la calma y poder enfrentar los problemas en la vida, pues había sufrido mucho en una ocasión y la mejor solución que encontró entonces, fue la de borrar con esfuerzo y persistencia cualquier vínculo que la sumergiera en sus dolorosos recuerdos. Para otras cosas, las que sí eran importantes como las fechas de cumpleaños o la información de su trabajo, si ponía atención y todo lo guardaba en su memoria como si llevara unos pesados muebles con sus cajoneras llenas de archivos y un tarjetero con las referencias en orden alfabético necesarias para ubicar cualquier información.

Un día fue con su jefe a negociar la compra de equipos especiales de limpieza de aguas residuales. —Es muy importante, Angelina, que pongas mucha atención en las palabras de este hombre y me traduzcas lo mejor posible lo que diga porque de eso dependerá que hagamos un gran negocio, ¿entiendes? —le comentó el jefe antes de salir de la oficina—. Además, si logras ver que tiene algún propósito oculto en sus mensajes, coméntamelo de inmediato, por favor.

Llegaron al sitio del encuentro, los recibió un hombre fornido, bastante moreno y no muy alto, con la cabeza afeitada y un traje bastante caro de color azul marino, se veía muy elegante pero su aspecto de obrero contrarrestaba con la calidad de su ropa. Se sentaron todos y pidieron algo ligero para desayunar. Habían decidido que con este cliente llegarían a un acuerdo no en una comida de negocios sino en un desayuno. Querían que la conversación fuera muy fluida, los acuerdos concretos y la duración breve. Así fue en realidad y la compra se llevó a cabo con éxito, firmaron algunos contratos y establecieron las fechas de entrega y las formas de pago.

Lo único malo fue que durante la conversación Angelina presintió que ya había hablado con una persona semejante. No se lo dijo al jefe porque no podía confirmar que conociera a ese individuo, pero la inquietud comenzó a atosigarla y causarle nauseas en el estómago. El acento del hombre aquel, que enfatizaba las ventajas de sus productos y garantizaba sus servicios como si en esta vida no hubiera nunca complicaciones, comenzó a surgir como una corriente de viento frío procedente de un pozo, localizado en su inconsciente, que rezumbaba en sus oídos. Algo se había despertado en ese profundo túnel del olvido y surgía poco a poco como un monstruo amorfo que estiraba sus deformadas extremidades y bostezaba expidiendo un olor pestilente.

 ¿Era peligroso? —se preguntaba a si misma con inquietud, pero no obtenía ninguna respuesta. Al volver a la oficina se fue a comer con su amiga Darya. Entre los golpeteos de las cucharas y tenedores con la loza Angelina le reveló sus temores a su confidente y, gracias a las persistentes preguntas de su íntima compañera, fue reconstruyendo un rompecabezas empolvado que se había quedado muy lejos en el tiempo. Las piezas iban reconstruyendo la imagen de un tipo muy astuto al que había conocido hacía veinte años. Claro que las diferencias eran muchas porque el embaucador del pasado era más delgado, llevaba un peinado de púas pegadas con gel y no tenía las enormes ojeras de ahora, pero las facciones y la voz eran exactamente iguales.

Se sorprendió mucho de que él no la reconociera y se concentró en los detalles de la conversación que había tenido por la mañana, repasó todas las miradas que le había dirigido el hombre y activó sus sentidos para saber si en algún cruce de sus ojos había habido un temblor de voz o se había manifestado la duda y el miedo con algún parpadeo, pero no encontró nada.
—Sí, Darya, creo que ya empiezo a recordarlo —le comentó a su compañera con una actitud ausente, luego no quiso revelar más detalles y se despidió de ella, al final de la jornada, con la promesa de contarle todo al día siguiente a su amiga.  

Por la noche tuvo una pesadilla. Soñó que estaba en una discoteca muy concurrida por los extranjeros en el casco antiguo de la ciudad. Vio que se le acercaba un joven bien vestido con una cerveza en la mano. Era poco atractivo y se veía un poco ridículo con los pelos pegados con gomina y su sonrisa de dientes de granos de maíz, pero su conversación le parecía interesante. Le empezó a contar que tenía una villa en España y que podrían viajar allí en cualquier momento si ella lo deseaba. Bebieron algo y bailaron abrazados. Después las escenas se hacían más lentas, las palabras se alargaban en el aire como si fuera enormes pompas de jabón. Sin darse cuenta se veía rodeada por un brazo fuerte y tenso. Sentía unos labios gruesos sobre los suyos y una gruesa lengua escudriñándole los dientes y las encías. Después estaba recostada, desnuda, libre de su vestido rosa y protegida sólo por unas medias de bordados sencillos y sin las bragas que desaparecieron dejándola sin ninguna prenda de castidad. Él, de pie, todavía vestido la veía con desprecio y comenzaba a golpearla con un fuete, Angelina sentía el ardor de los golpes, el latigazo en el sistema nervioso que debía hacerla saltar, pero no podía moverse, resistía el dolor con gran esfuerzo, sentía el cuerpo pesado y oía miles de insultos y maldiciones.
 El fuego la quemaba por dentro y ella permanecía paralizada. Luego amanecía, ella estaba deformada del cuerpo, sola, se vestía con lentitud porque su cuerpo apenas estaba recuperando el movimiento. Al salir le sorprendía que no fuera de su casa, sino de una habitación de hotel barato. Los huéspedes la miraban con curiosidad, eran prostitutas de la zona más pobre de la ciudad. Salía a la calle y lo que más la desconcertaba era que su cuerpo iba andando independiente de ella, apartado como si fuera una marioneta. Se paraba en una calle y subía a un taxi. Se despertó y buscó con desesperación los moretones en su cuerpo, su ropa rasgada y manchada de semen, pero no los tenía, estaba recostada en su cama y su camisón de seda era el de siempre.
Pasaron algunas semanas que sirvieron para reconfortar las heridas del pasado que se habían abierto de pronto. En una ocasión, cuando llegó a la oficina, el jefe le comunicó que tendría que ir a recoger unas facturas al despacho del nuevo socio. Ella aceptó y se fue a hablar un momento con sus empleados, tenía malos presentimientos. Por su cargo en el departamento de ventas debía dejar claro qué proyectos debían entregarse en los períodos más próximos, así que fue a ver a los subordinados y con papel en mano les dio las instrucciones necesarias para cumplir con el programa. Dio unas indicaciones muy extrañas y se fue.

Durante su trayecto se detuvo en una tienda de ropa interior, se compró unas medias con bordados muy llamativos. Se abrió los botones del vestido y se quitó el sujetador y las bragas, además se perfumó en exceso y se pintó con más sombra verde los párpados y los labios se le pusieron como tomates frescos.

 Él la recibió con gran gusto, pero como estaba un poco apurado, le indicó que se sentara en el sofá de su oficina. Ella le obedeció y al acomodarse en el incómodo mueble se subió el vestido hasta los muslos dejando al descubierto sus macizas piernas. Al volver le preguntó si quería tomar algo. No tardó su mirada curiosa en centrarse en las medias, la conversación se limitó a cosas habituales, pero en su actitud había pretensión y deseo, tanto ella como él actuaban como si quisieran estrecharse y tumbarse desnudos para hacer el amor. Angelina se le acercó y fingiendo distracción apoyó su mano en su entrepierna. Recibió una mirada de aprobación.
 ¿Tienes algo de beber? — le preguntó Angelina, con voz dócil, agitando la mano para disipar el aire caliente que le producía sofocación—. Él, muy animado respondió que tenía hielo, pero sólo bebía whisky, que si lo deseaba podía pedir un refresco. —No hace falta, tomaré uno en las rocas—contestó ella precisamente en el momento en que entró la secretaria para decir que se iba a comer. Bebieron y se desnudaron, él salió un momento al baño y cuando volvió fue directamente hacía ella para separarle las piernas. No encontró resistencia, sintió la carne tibia, la fricción de una piel fresca y lechosa, se sumergió hasta el fondo y comenzó a deleitarse con el cuerpo ardiente que lo aprisionaba con unas fuertes piernas de medias bordadas. 
El aire se llenó de gemidos, chasquidos y crujidos de las articulaciones. Le empezó a dar vueltas la cabeza y se hincó, luego ya no pudo sostenerse más y se recostó a un lado, respiraba con dificultad, sintió que le oprimían la garganta y gritó pidiendo ayuda, pero su voz salió como un fuerte soplido. La vio encima, con las piernas regordetas muy abiertas y la vagina rasurada, la vulva dejaba asomar una pulpa rosada. —¿Te acuerdas de mí? —le preguntó con los dientes apretados y con la actitud de alguien que habla con un niño travieso—. No, seguro que no te acuerdas, pero te voy a refrescar la memoria. Fue en un bar, me pusiste un somnífero en la bebida y luego me metiste a un hotel, me golpeaste, me dejaste destrozada por dentro, estéril y lo peor es que no podía recordar nada, se había borrado tu rostro de mi memoria y apareciste de nuevo, ¿para qué? Ahora, ha llegado la hora de la venganza. Te destruiré como tú lo hiciste conmigo, pero yo lo haré de forma más profesional. Lamentarás haber nacido ¡Hijo de perra! Ya no pudo oír más porque perdió el sentido y se ahogó en un profundo sueño.

 Unos meses más tarde el hombre perdió su empleo y tuvo que ir a varios tratamientos médicos para curarse de una grave enfermedad. No tuvo más deseo que el de poder olvidar que un día había abusado de una joven inexperta a la cual torturó y dejó infértil. Ahora, compartía con ella esa impotencia, su libido se había esfumado como el vapor. No sentía el más mínimo interés por las mujeres y vivió para siempre en el anonimato tratando de recordar si en realidad había abusado alguna vez de una joven. Su mente no encontraba indicios de ese crimen que se le imputaba. Día y noche repasaba su juventud, pero lo único que encontraba era su imagen de joven estudioso, tímido y reservado que con gran esfuerzo había logrado tener modestos dotes de orador. Entre las pocas mujeres que habían llenado su vida no había ninguna Angelina y los abusos a mujeres eran impensables, sin embargo, él seguía empecinado rebuscando, hasta en lo más ínfimo de su existencia, ese desgraciado encuentro durante el cual había violado y martirizado a una joven inocente en una habitación barata de hotel de paso.


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